sábado, 25 de octubre de 2008

LA CUNA DEL MORO


LA CUNA DEL MORO

Esa mañana de abril apareció radiante, Lucía casi no había dormido esa noche pensando en la salida al campo, que el maestro les tenia preparada para el día “del jueves merendero.”

Con las legañas recién arrancadas con la toalla y casi sin lavar, la pequeña sale de casa con dirección a la plaza, donde había quedado con los demás compañeros de escuela.

Don Urbano, llevaba muchos años en el pueblo y era muy querido por niños y padres, él, ya esperaba desde hacia unos minutos. Buenos días nos de Dios don Urbano decían todos según iban llegando; rancias costumbres dirían hoy.

Cuando llegó chemita que como siempre suele hacer el último, arrancaron camino del teso de la madera; al llegar a la altura de una pequeña charca que hay a mano derecha; el pozo Madrazo dijo chemita, que es el último si, pero no tonto, el maestro les dijo que en la próxima colaga girasen a la derecha como así hicieron todos.

Llegaron a una pequeña cortina en la cual, había una piedra a modo de cuna, y con la que todos jugaron imaginen como.

Cuando los niños, pasado el primer revuelo se calmaron un poco; Don Urbano mandó se sentasen en algunas piedras, que deseaba contarles una pequeña historia.

Este alto soto, les decía, estuvo en tiempos colmado de una hermosa vegetación, había unos inmensos árboles, los cuales, eran habitados por unos pequeños gnomos.

Estos seres mágicos proseguía, cuidan de vosotros durante el día para que nada malo os suceda. Por la noche cuando dormís, ellos vienen a pernoctar cada uno a su árbol.

Ramiro era un modesto trabajador, que se ganaba el sustento con las labores del campo; la viña, el olivar, un pequeño huerto y como todas las gentes del lugar, unos garrapos que cebaba para la matanza , junto con unas cabras, que abastecían de leche a su pequeña familia.

Una mañana Ramiro levantó antes de amanecer, cogió su hacha, y vino hasta este lugar con la intención de fabricar una cuna para su pequeño Gabriel , con un hermoso roble que ya tenía avistado, pues solía venir asiduamente por este lugar.

Después de retirar la maleza que tenia a su alrededor, dio con él en el suelo, cortó a medida, y procedió a su vaciado con todo lujo de detalles.

Marcho a casa pensando volver al día siguiente con alguna caballería y transportarlo, pero esa jornada, no apareció Gabrielín por casa. Llegado ya el atardecer se hizo la alarma en el pueblo y todos, grandes y pequeños, con ayuda de algunos perros y asistidos de teas encendidas, salieron en su busca.

Llegado casi el amanecer, encontraron al pequeño sin vida en la cuna recién estrenada, Ramiro comprendió rápidamente lo sucedido, llamo a Florián el cura, que vino para el enterramiento, cosa que a petición del padre se hizo en aquel mismo lugar, para no separar al pequeño de su gnomo protector.

Toda la cortina , aún se puede ver, está plagada de lindos lirios.

Con el tiempo, aquella hermosa cuna fue saliendo a la superficie ya petrificada, y las gentes, la siguieron llamando la “cuna del gnomo”.

Don Urbano pensó que ya era hora, y mandó a los niños que fuesen comiendo el bocadillo, cosa que unos hicieron no sin algún que otro suspiro. Lucía sin embargo, volvió a casa con un trozo de pan, queso y membrillo, que su madre le había preparado esa mañana, simplemente no tenía ganas, decía.

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